domingo, 11 de marzo de 2007

La traducibilidad de la cultura.


Cuando un traductor trabaja en la transposición de un texto de un idioma a otro - o más fácil aún: cuando un traductor traduce - antes que nada se ve envuelto en un proceso de mediación cultural anterior al proceso de mediación lingüística.

Su función será aquella de hacer llegar al lector del texto que está produciendo - metatexto - la cultura dentro de la cual nace el original; la cultura del autor que a su vez encierra tantas otras culturas.

Si partimos del presupuesto que afirma la imposibilidad de la existencia de una traducción neutra (y de hecho, si damos a dos traductores el mismo texto es casi imposible, o por lo menos raro, que produzcan dos versiones iguales en su totalidad), al recorrer este camino el traductor dejará plasmada la propia cultura en su producto final, en su traducción.

El traductor, puente entre la cultura del original y aquella del metatexto, es portador de un propio bagaje cultural que se verá reflejado, en mayor o menor medida, en su traducción, en el texto al cual la traducción dará vida.

No obstante, el proceso traductivo no se detiene en este punto. La tarea de un traductor comprende además el trabajo de dar vida al nuevo texto en el marco de la cultura receptora. Adaptándolo y moldeándolo teniendo siempre en mente las exigencias de su "lector ideal". Elaborará un texto que fluya de manera natural dentro del ámbito receptivo.

Si tenemos en cuenta estas tres etapas del proceso, un traductor puede ser considerado como un portador de culturas que ayuda a cruzar ese puente, a veces invisible pero siempre real, que comunica, une y pone en relación dos culturas diferentes. Un buen traductor lo podrá hacer sólo si es capaz de aportar elementos de la propia cultura.

María Gabriela Ancarola